domingo, 9 de junio de 2013

Las personas de antepasados italianos inmigrantes tenemos impregnado en la sangre un gran valor por “la familia numerosa”, algo pasado de moda en estos tiempos de exagerada conciencia. Me crie entonces de pequeña rodada de tíos y primos de sonidos estruendosos, comidas exacerbadas, fiestas con bailes, festejos de nacimientos, cantantes de tangos, recitadores, contadores de chistes, empujones y gritos sin el mínimo cuidado de la sutileza. Todos extremadamente emocionales. Los llantos desmedidos convivían sin conflicto con las carcajadas desbordadas.

Por esas cosas de la magia, había un momento de silencio, un silencio respetado, valorado, yo me paraba allí ante los ojos inocentes y expectantes y recitaba mi poesía. Siempre había público.  Y en ese instante de unidad y reunión sentía que algo bueno en la vida estaba esperándome.
Encontré en el teatro ese refugio misterioso, donde las personas se juntan ridículamente a viajar por una historia repleta de cosas imprevisibles, un lugar donde podemos meternos en las más hondas profundidades y estar a salvo, reírnos de tal invento, y volver a casa sabiendo que algo ha cambiado.
Ser payasa me hizo la vida inquietante y feliz. Dedicarme a la práctica de este oficio, a su estudio y transmisión requiere el coraje de andar por los bordes, de aceptar y engrandecer el costado de uno que está desacomodado, ese lugar que desencaja con cualquier masividad.
Hay una gran belleza en las miradas contradictorias de los seres humanos. Hay preguntas que buscan. Hay emociones encontradas. Hay una rebeldía, una entrega absoluta a no saber, y confiar.
Todos tenemos una gran verdad. El tema es hasta que punto nos permitimos reírnos de ella.
Ser payasa me recuerda que algo tan indiscutidamente serio e importante, no tiene ningún sentido coherente, en el mismo instante que logro ver su raíz arbitraria y tan relativa como el pronóstico del tiempo.
Para los Indígenas Americanos, el camino del Payaso Sagrado, o Heyoca, es también considerado un llamado del espíritu. Un heyoka es como un payaso en la tradición de los Lakota, pero no es cualquier payaso, sus bromas y todas sus acciones están dirigidas a la medicina. 
Siempre hemos existido. Somos una de las especies mas viejas y actuales.

Se dice que los payasos son expertos en salir y entrar de los sistemas. Suelen funcionar al revés, al contrario de la sociedad o tribu que integra, pero tiene su conciencia en sanarse, transformarse, curarse.
Nada es sagrado para un Payaso Sagrado. Somos peligrosos por lo extremadamente caóticos y sinceros. Podemos divisar a la distancia con ojos y corazón de niño o de gato al farsante (que somos). Alguna vez se nos llamó “destructores de héroes”. Evidenciamos ese punto ciego que dicen que existe entre el nervio óptico hacia el ojo. Porque sí! nuestros cuerpos tienen en la organización de su anatomía una parte que la  visión físicamente no permite ver. Y si no lo vemos, existe?
Hacer algo al revés. Festejar el día de la tradición en bikini. Emborrachar el cartel de Prohibido. Desarmar lo que conozco, buscar la calma y el disfrute de la incomodidad. Abrir espacio a lo nuevo. Equivocar el camino una y otra vez, para que el paseo se torne apasionante.

Practicar el clown es estar vulnerable, elocuente, y abierto a la Fuerza Vital. Aprender a moverse con seguridad a través del mundo demente de las máscaras, disfraces, trucos y transformaciones.
Trabajamos con un público que son nuestro espejo, nos reflejamos los unos a los otros. Cualquier solemnidad que inventemos nos pedirá risa. La risa es el Gran Premio. Cuando nos llama allí estamos listos con nuestra batería de chistes malos. Y cuanto más malos, mas risa.
Somos los comediantes, los críticos, los ritualistas, los músicos, los bailarines, los manifestantes, los locos que derrumbamos las barreras del "buen gusto" y la estética. Humanos comunes y corrientes que recuerdan a las personas el valor de reírse de sí mismos.

Nuestro poder está en practicar el presente en LA NADA, CON TODO, lo que somos. Una nada fuente incierta de creatividad verdadera. La gran debilidad o flaqueo es nuestro potencial y fuerza poética.
Sabia estupidez. Digna tontería.   
Admito un dolor. Lo dejo ir. No lo llevo de acá para allá conmigo. Lo dejo ir. Pero de verdad. Y luego decido voluntariamente enfocar mi atención en la 

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